Aprendí que de nada sirve ir tirando recuerdos por el camino, los recuerdos tienen alas y quizá una brújula que les permite encontrarnos donde quiera que estemos.Yo colecciono momentos. Los vivo, los lavo, los exprimo y al final los doblo con cuidado y los envuelvo en ese papel duro que se llama nostalgia.
He querido muchas veces tomar atajos, que me hagan evadir esos instantes que duelen, pero al final solo alargan lo inevitable: huir es una anestesia que nos tranquiliza la existencia, pero cuando el efecto pasa, sigue ahí justo delante de nosotros, ese fantasma que nunca se fue.
Volar es increíble, pero no nos aleja de lo que queremos, no funciona cuando existen cosas que nos atan, porque al final seguimos siendo esclavos de lo que algún día soñamos que podíamos ser.
Sentirse libre y en paz, no es una cuestión del destino, es un compromiso con uno mismo, es una lucha personal que solo dará frutos si logramos entender que nuestra felicidad no está en los otros.
Nadie nos enseñó el valor de empezar de nuevo, nos aferramos a la estabilidad que da lo cotidiano, nos creemos incapaces de soportar los cambios, pero en el fondo nos sabemos fuertes, es solo el miedo a comenzar otra vez, a recorrer los caminos ya transitados, pero empezar de nuevo es un gran regalo, es tener un nuevo corazón, una nueva esperanza.
Debemos viajar sin mucho equipaje, porque aunque duela, siempre hay que estar listos para partir. Las partidas son eso, una oportunidad de ser y estar mejor.
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